Una manera poco
tradicional de acercarse a la locura consiste en entenderla como el reflejo de
la razón en un espejo, es decir, no dar por sentado la rígida dicotomía entre
razón/sinrazón, sino ver en ella contenidos los temores, escalas de valores,
ansiedades y aspiraciones propias de una época. A través de la locura puede
entenderse lo racional, y a partir de ella puede leerse la delimitación de lo
normal en una sociedad y un momento histórico preciso, y viceversa.
Aunque es preciso
reconocer que razón y sin razón no son opuestos, sino necesariamente
complementarios, la definición de la normalidad se ha hecho y se hace
estadísticamente en el sentido del voto aprobatorio estigmatizador y aislador
por parte de una mayoría considerada y legitimada como normal. El conocimiento científico
se constituye entonces en ese ente incuestionable que avala y justifica tanto
la clasificación en entidades diagnósticas, como las acciones encaminadas por
las instituciones y el entorno social. De este modo, la palabra del “loco” se
convierte en un síntoma y producto de su locura, y es invalidada por su misma
procedencia.
La definición
del conocimiento racional y científico parte de la necesidad de ubicar y
clasificar lo que no lo está en sistemas de significado cognoscibles para, a
través de ellos, definir y categorizar los objetos de conocimiento. La locura,
al ser identificada como algo que transgrede y se ubica en los límites y
periferias de lo normal, es un objeto extraño y variable a través del tiempo,
según los propios sistemas culturales y de valores de cada sociedad. La definición
de lo anormal y monstruoso tiene necesariamente que estar referido a lo normal,
y viceversa, y la normalidad justificada en sistemas ya legitimados, es quien
se encarga entonces de crear mecanismos para legitimarse y conservarse.
¿Qué significa
entonces estar loco?
Durante el siglo
XIX esta pregunta al parecer fue muy recurrente en los circuitos académicos
internacionales, especialmente franceses y alemanes, por lo que se crearon
diversos sistemas de descripción (nosografías) y clasificación de los
comportamientos anormales o enfermedades mentales (nosologías). El loco o
“alienado” era aquel que no se insertaba plenamente en las prácticas sociales
cotidianas y que, como el término lo indica, no era dueño de sí mismo, por lo
que se necesitaba una forma de proceder específica que lograra llevar a dichos
personajes de nuevo a la vida en sociedad o, en los casos en que se manifiesta
una peligrosidad para sí mismo y para los que lo rodean, aislarlo de la
sociedad para asegurar la defensa social.
Entre sus
paredes, el Manicomio Departamental de Antioquia, ubicado en el actual barrio
Aranjuez de la ciudad de Medellín, sirvió como templo de acogida a los
comportamientos extraños. La ciudad se perfilaba a nivel departamental y
nacional como un lugar económicamente sólido y con una posible fuente de empleo
en las nacientes industrias, por lo que muchas personas de zonas aledañas
comenzaron a trasladarse allí. De este modo, y con la ayuda del Ferrocarril,
algunos alienados llegaron a la ciudad.
El Manicomio
Departamental de Antioquia, fundado en el año 1888, comenzó a figurar como un
referente terapéutico para la locura en el Departamento de Antioquia. Aquel sería
el lugar apropiado para aislar a aquellos que no se insertaban plenamente en
las dinámicas sociales normales y, de cierto modo, tratar de acercarse a una
definición de una posible patología que se insertaba dentro de un marco nosológico
más amplio y aceptado por la comunidad científica.
Podría uno
preguntarse entonces si el comportamiento y la conducta humana pueden ser
definidos en relación a una clasificación específica y, más aún, el
comportamiento signado bajo lo anormal. Si bien hay unas prácticas sociales o
hábitos cotidianos con cierto grado de aceptación, como el consumo de bebidas
por ejemplo, cabe preguntarse a partir de qué momento éste se convierte en una
patología, y en qué momento se considera que el borracho debe ser internado.
Un caso que ha
llamado mi atención es el de un hombre de 52 años de procedencia de Jericó
(Antioquia) que ingresa al manicomio el 31 de Junio de 1930. El certificado
médico de entrada, realizado por el director alienista, se refería a que era un
dipsómano peligroso para sí mismo y su familia, y que en la crisis en que se
encontraba se exponía a ser atropellado por los vehículos. También se alertaba
de que golpeó a los miembros de su familia y que profería palabras e insultos
que escandalizaban a los menores.
Lo particular de
este caso es que este personaje ingresó en pleno estado de embriaguez, que
según afirmaba el médico venía de varios días a juzgar por el abandono personal
en el que se encontraba. Este hombre, que tenía como oficio el de barbero,
despertó a la media noche el día que ingresó y se preguntaba por el lugar en el
que estaba. Los días siguientes su estado era de completa lucidez, incluso se
explica en su historia clínica, que el paciente sirvió con su oficio a sus
compañeros de asilo con desinterés y simpatía. Este hombre sale del asilo por
“estar bien” en septiembre de 1930, y se deja constancia de que durante el
tiempo que estuvo interno nunca se comportó como loco.
Este caso puede
ser visto desde diferentes perspectivas. La primera de ellas es que la
capacidad terapéutica del manicomio fue efectiva en dicho paciente. No
obstante, en el expediente no figura ni un pronóstico ni un tratamiento
específico. La segunda perspectiva pone en duda la locura del paciente y
cuestiona el porqué del ingreso de este personaje al asilo, ya que podría uno
fácilmente decir que su comportamiento “extraño” era producto de su embriaguez
y que con sus palabras y acciones transgredió el orden de lo normal.
Al aceptar esta
última perspectiva se puede incurrir en un error de interpretación, e incluso, llegar
a cuestionar el bagaje intelectual del director alienista. No obstante, puede
verse que la instancia médica manifiesta la no-locura de dicho personaje, con
lo que la responsabilidad del internamiento cae en manos de otros actores que
lo remitieron. Así, la locura sería un fenómeno construido socialmente, con lo
cual se afirma su relatividad y vuelve uno al bucle, a la pregunta sobre qué es
estar loco entonces.
Debe quedar
claro que no pretendo hacer un análisis signado por las vicisitudes de la academia,
sino más bien invitar al lector a reflexionar sobre qué es estar loco o qué es
estar no-loco, y de este modo pensar en torno a qué define su normalidad.